Cuando se levantaba temprano todo parecía más fácil. Sentía que tenía ventaja. Se puso la camiseta de cuando quería salir a correr, la que le recordaba que por las mañanas le gusta más correr que andar. Cuando se dirigía hacia la puerta se percató que ella se había despertado y no le iba a dejar salir si no la llevaba consigo. Cogió del perchero la cadena que las unía a las dos siempre y bajó por las escaleras.
En la calle intentaba marcar el ritmo, pero ella tiraba hacia atrás. Cuando intentaba saludar a alguien tiraba hacia otro lado, cuando quería entrar en algún lugar a desayunar, intentaba dejarla fuera. Decidió dejar de tirar de ella, soltar la cadena. Esa mañana marcó el ritmo, saludó a los barrenderos, desayunó churros y un zumo del sabor que más le gustaba. Cuando llegó a casa, esta vez Duda no le había seguido. Habría encontrado a otro dueño al que amaestrar.