Esa mañana Felipe se quiso afeitar pero no pudo. La barba estaba, la cuchilla estaba, la loción pre afeitado y post afeitado también estaban, pero le faltaba la cara. Un detalle nada baladí cuando la cuestión básica es afeitarse. Se palpaba la barba con la mano y con los dedos podía arrancarse algunos pelos de manera dolorosa, pero cuando miraba en el espejo no veía nada, ni los ojos, ni la nariz prominente, ni la barba, ni la cara.
“Tendrá obsolescencia programada el espejo” pensó y decidió que ese día iría a la oficina barbudo y sin afeitar. Puso música, eligió una chaqueta y comenzó a bailar. Esa mañana Felipe supo que estaba vivo por primera vez en los últimos meses. Quitó el espejo de la pared y puso un póster del grupo que le hizo saltar como un loco el día que fue a su primer concierto. Allí se vio reflejado en la sonrisa del batería: La barba no le sentaba tan mal.